Esta es la historia de un Draco que fue a buscar un artículo cualquiera a un Central Madeirense cualquiera y solo se quedó mirando.
Porque, ¿qué más puede hacer uno ante el instinto más primordial salvaje de supervivencia? Pero regresemos un par de horas en el tiempo de mi relato para poder entender un poco. Aunque ahora que lo pienso mejor retrocedamos 14 años. o 20 o solo 1.
A resumidas cuentas tenemos un país a punto de ebullición, con una de las peores crisis económicas de su historia (sueno muy parecido a los diarios de 1989 y 2003) con una escasez enorme de productos básicos de primera necesidad, y una terquedad bárbara para no admitir que efectivamente estamos más cerca de autodestruirnos que de salir de este paquete. Y que mejor forma que medir la situación que yendo a un supermercado.
Para nadie es secreto que los anaqueles pasan mayor tiempo vacíos que surtidos, que hay cosas que se consiguen, y cosas que no, y que cuando se consiguen, pues hay que ser de pies ligeros para llegar a tiempo. Y es aquí donde empieza mi relato.
Como buen muchacho, decidí comprar algunos víveres para mi casa, lo que no sabía yo era que tenía que ponerme mi casco y mi traje de camuflaje.
No entender lo que sucede en la entrada de un supermercado puede ser mortal para tu salud si no sabes defenderte de la jauría de hienas del desierto que rondan los pasillos. Veo una señora corriendo, otra más, esa le grita a otra “¡Guasdalina Mija! ¡Apúrese” y no eran unas señoras contemporáneas ¡no señor! Mayores con sus años encima. Y corrían. Yo no me percate de nada, entré tranquilo, agarré una cesta y como no vi las filas para pagar tan largas hice una nota mental “No debe haber ni azúcar, ni harina de maíz, ni nada de eso. Así que voy a lo que vine, y rápido” y procedí a lo que fui, vasos plásticos, velas, alguna que otra verdura, sobres instantáneos, embutidos varios, y demás tonterías del día a día de esas que se hacen en una plancha, con pimienta y mucha candela.
Esa frase de “Te va atropellar un carrito de helados” es cierta, a mi una vez me intentó atropellar una señora con un coche de bebé. Pero está vez no era un carrito de helados, ni un coche de bebés. Era una señora con sangre en el ojo llevándose a todo y a todos por el medio sin pedir permiso, atropellaba a diestra y siniestra, tumbaba cosas de los anaqueles, gritaba improperios, pisaba callos, golpeaba rodillas, daba codazos, era toda una Meteora de Carritos de Supermercado. Yo me aparté, de casualidad no me lleva y me encesta en el carrito como en las películas, detrás de ella, una cantidad de galgos galopaban los pasillos, como leopardos que vieron la gacela tropezar y salieron todos al mismo tiempo; Cómo una jauría de lobos que te acechan de noche o de tarde.
La curiosidad mató al draco, y sinceramente quería saber que era toda la algarabía. En los anaqueles que ya había recorrido no había nada interesante hasta que…
Al fondo, junto a las neveras y la charcutería, un montacargas en retroceso traía una paleta de de Harina de Maíz Precocida. Para aquellos que no la conozcan, una paleta es una tabla de 1 metro y medio cuadrado, con puentes entrelazados para que el montacargas pueda engarzarla por los anillos del medio desde cualquier lado. Soportan una cantidad absurda de peso, y es el método predilecto de transportar bienes en medidas cuantificables. Decía entonces que dicho montacargas la traía a una altura de unos 2 metros, ninguna de las señoras (Sangre en el ojo mediante) alcanzaba, brincaban, pellizcaban la madera y el plástico protector que lo envolvía, aullaban y gritaban desesperadas, por el preciado molido. El gerente trato de calmar la gente, y les dijo algo como “Señores, un poco de calma, vamos a bajar la harina y podrán llevar 4 por persona, ¡pero en orden!”
Bastó que la paleta tocara el frío suelo de granito para que empezara una batalla campal en aquel Supermercado, un reguero de gerente y medio montacargas volteado, las personas reunidas alrededor de la paleta, se halaban, se golpeaban, se gritaban, mientras destrozaban con instinto asesino supervivencial el plástico, agarraban cuanto les cabía en las manos y corrían a las cajas dejando todo atrás ya nada importaba, era ahora nunca, volar o morir, llenarte las manos o quedarte sin arepas en el desayuno (Valga la acotación, yo si vivo sin arepas en el desayuno. Las reemplazo con lo que sea)
La señora que casi me atropella, pues, llevaba unas 20, las repartió entre sus familiares todos llevaron 4. Al final de semejante destrucción social, el mismo montacargas, salió nuevamente con una paleta fresca recién sacada del almacén. Ya la batalla había terminado. Así que me acerque muy cauto y tome una sola. y me retiré a lo mio. Mientras caminaba en búsqueda de algún postre, la gente me preguntaba de donde había sacado esa harina, a una sola señora le respondí “Más allá de las neveras” y salió despavorida (Sangre en el ojo mediante) llevándose a todo y a todos por el medio. La escena me resultó familiar, cuando menos.
Como nota curiosa, todos me preguntaban “pero por que una sola, ¡si puede llevar 4!” mi respuesta es “porque solo necesito una” y es así como queda evidenciado la viveza criolla. Nunca entendieron el significado del “Lleve lo que necesite para que todos puedan tener 1 por lo menos”.
Por supuesto, la fila para pagar era digna de admiración, llegaban más allá de los pasillos, mientras la gente se decían cosas horrendas, hacían 5 filas, peleaban con las cajeras que ahora solo permitían llevar 2 kilos de Harina. Una señora se guindó con el atendedor y el que empacador, le dijo hasta del mal que se iba a morir, y seguramente le echó un mal de ojo (ensangrentado) que era de morirse.
Yo tranquilamente parado en mi cola de “10 artículos o menos” pacientemente mientras tocaba mi turno. Una mujer de unos 40 años, se me queda viendo, me revisa de arriba abajo, y me comenta, como quien le da pena, pero quiere conversar: “¿Usté ha visto? ¡Como se pelean por una Harina P.A.N! ¡Es que esto no sehabíaa visto nunca en la vida en este país!” La mire con una sonrisa amable, asentí con la cabeza, sentía miedo a donde me iba a llevar esa conversación, temía por un monólogo de cualquier bando, sea pro o contra gobierno, que me sacaran una navajita de esas de bolsillo y me dieran una puñalada por decir lo incorrecto.
“¡Es que esto no estaba así! ¡La culpa es de!” Llegó el momento de la verdad, aquí fue, ay Dios, sálvame, deja que me baje, que yo me voy caminando: “¡El Gobierno!” ¡Zape gato! Dios librame de esta conversación. ¿Qué Hago? ¿Cómo me la sacudo?
“Bueno señora”, le respondí muy amablemente sin dejar de hablar bajito y con mucha suavidad “Sinceramente todos necesitamos trabajar más, producir más, y quejarnos menos en vez de esperar que el gobierno nos de todo”
Y básicamente le di cuerda a esa señora, que se enfrascó en un monólogo contra gobierno con 20 matices, 10 maldiciones, 5 subidas de tensión, 4 mordidas de lengua, 6 bajadas de tono, 6 subidas de tono que desembocaron en por lo menos 80 gritos, 10 miradas asesinas, 2 conatos de pelea, 7 amenazas de “Te espero afuera y arreglamos esto como los hombres” (¿¡!?), 2 tarjetas que no pasaban, una señora que intentó comprar al gerente, otra que no paraba de gritarle a alguien afuera de la tienda que le prestará atención porque se le olvidó la clave, 12 tickets de alimentación falsificados, 1 cheque conformado, y este cristiano que tan solo quería ayudar en su casa.
Time is too slow for those who wait, too swift for those who fear, too long for those who grieve, too short for those who rejoice, but for those who love, time is eternity
Henry Van Dyke