Tiempos Dracónicos

[1561] Jacopo Tintoretto - Bodas de Caná

Palique en doble vía I: ¿Ángeles?

Metió su grácil dedo delicado en la copa de agua, tornandola un rojo profundo, el olor a vino tinto inundó la mesa. Sonrió, recorrió el borde de la copa ancha ejecutando una nota musical leve, tomó una servilleta y secó sus manos, a continuación tomó la copa, la agitó varias veces y metió la nariz, las frutas tropicales chocaban con la madera en el ambiente, bebió, colocó la copa otra vez en la mesa y miró a su interlocutora con aquellos ojos grises:

—Nunca superaré al Jefe. De verdad. Tiene la medida perfecta para hacer vino frutal. Nunca nos dijo como lo hizo. Nunca mejoraré el vino de Caná. Eso sí fue un buen vino. Hace tanto que a veces olvido lo levemente dulce que era. La nota frutal, ese aroma tan suave. El Jefe si que sabe.

Se sumió en una reminiscencia profunda, mientras tocaba la misma nota en el borde de la copa húmeda con la marca de su pintura de labios en el borde.

—¿Estuviste en Caná?¿Estuviste en Caná hace 2000 años?

Gabriella miraba a Lucy tocar la nota con su índice, sus uñas estaban perfectamente cuidadas, cubiertas de un esmalte índigo, que le daba un aire de seriedad que no concordaba con su expresión juvenil. Su cabello estaba recogido en una trenza con cintas de colores, que hacían juego con las hebras negras con rizos dorados y rojos que caían como una catarata de su cabeza. Lucy era delicada y perfecta. Su sonrisa era amable, su tez blanca, con ese tostado dorado por estar muchas horas en el sol. Tenía pecas en los hombros, en la espalda, en el pecho. Era esbelta y atlética, era una mujer hermosa, imponente, con una paz que giraba a su alrededor y engañaba los sentidos. Lucy no podía tener tantos siglos de vida.

—Estuve en Caná. Por supuesto. Fue la primera gran señal del Jefe, ¿cómo me lo iba a perder? Además, fue una fiesta de unos 4 días. Cuando trajeron los jarros de piedra, personalmente pensé en meterme en uno de ellos y nadar como en una piscina.

Lucy volvió a beber de su copa, y arrugó el entrecejo. Una decepción manifiesta se apoderó de su expresión. Gabriella estiró la mano, tomó la copa y bebió de ella. Un calor delicioso se regó por su cuerpo, el vino la hacía salivar, podía sentir el alcohol mezclarse con su sangre y calentar sus músculos a medida que se movía por su cuerpo. Era un dulce magnífico, sublime, celestial. Podía saborear el edén en la fragancia de la fresa y las bayas silvestres. No podía concebir en su cabeza algo mejor que este vino angelical.

Gabriella, terminando de beber lo poco que quedaba en la copa, exclamó:

—A mi sí me gusta mucho este vino. Si quieres agarra ese botellón de agua y lo conviertes en vino también, yo no me voy a quejar ni a poner brava, ni a detenerte. Enloquece.
—¿Acaso soy esclava tuya?
—No, en lo absoluto, ¿cómo crees?
—Me estás ordenando que te convierta el agua en vino.
—No, no. Es un favor.

Lucy la miró con una sonrisa pícara, miró el botellón y se levantó de la silla, lo destapó con delicadeza y puso su meñique dentro, el agua se convirtió en un líquido negro, nada traslúcido, una espuma café se formó en la superficie y burbujas extrañas empezaron a bailar en los bordes del plástico contenedor. Un olor amargo y tostado inundó la sala, el alcohol podía sentirse en el aire. Tomó un vaso cualquiera, lo lleno a la mitad, y tapó de nuevo el botellón de agua. Puso el vaso en la mesa y le ordenó a Gabriella:

—Bebe.

Gabriella la miró desafiante y tomó un largo sorbo. Una fiesta de sabores se apoderó de su sentidos, era la cerveza negra más amarga que había probado, tosió, el alcohol la regaño, trago y podía sentir el fuego quemándole el esófago. Era un tormento. Y se había enamorado perdidamente de aquel elixir medieval.

—No sé que es pero me encanta. En todos estos años que has pululado por la tierra ¿por qué no te has convertido en una maestra cervecera o algo de eso?

Lucy miró a Gabriella y le sonrió amablemente, como una madre que le explica algo muy sencillo a su hijo

—He sido de todo durante estas tantas vidas que he vivido. Han sido siglos sobre siglos de profesiones, quehaceres, trampas, muertes, engaños, asesinatos, salvación. Y aún así estoy segura que no he probado todo. Habrá alguna cosa que me falte.
—¿Drogas?
—Todas. Las mesopotámicas son las más duras
—¿Sexo?
—Fui meretriz tres veces. Algo tiene que repetí.

Gabriella se apoyó en el espaldar de la silla pensativa. Miraba la espuma de la cerveza deslizarse por las paredes del vaso. Miró a Lucy y le preguntó:

—Realmente ¿Quién eres?
—Eso, es un secreto. Pero podría contarte mi historia. Todo empezó en el Edén. Un día como cualquier otro. Mejor me traigo el botellón de cerveza a la mesa. Será una tarde larga.

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