Tiempos Dracónicos

Crónica Impertinente X: Día(s) de la Bastilla

Destapo mi Roble Viejo UX, compañero silente en días de tensión, de prisa o simple demencia, me sirvo un poco en una copa de balón, por sugerencia de un ronero amigo, Eliecer Rodríguez. No sabía que el mal llamado ron premium se bebe en copas de brandy. Digo mal llamado porque de premium solo tiene el nombre, superlativo alcohol añejo, gestado en barricas de roble blanco que originalmente concebían whisky escocés. Ironías que tiene la vida. Decía que me serví un poco en una copa de balón para poder fijar en mi memoria todas las cosas que he visto el día de hoy. Mi historia empieza caminando como cualquier otra día a las 5 de la tarde, saliendo de mi empleo (que no trabajo), y encontrándome con Kandinsky, una productora de un programa de televisión. Se veía cansada y no era para menos, su estampa femenina estaba siendo asediada por una gripe rompe huesos, de esas que tumban árboles y destruyen pueblos costeros.

Caminamos quejándonos de todo, típico deporte nacional, y la conversación derivó extrañamente al uso de farmacéuticos para combatir que cosas. Entramos en el subterráneo, túneles de topos y gusanos mecánicos, pagamos con nuestros respectivos tickets, y fue muy tarde cuando lo vimos, el andén sostenía más personas de las que, por seguridad, deberían ser permitidas por metro cuadrado. La temperatura de aquella caverna artificial subía conforme pasaban los minutos. Más y más personas abandonaban su trabajo para ir a sus casas, y la situación del país cambia.

En el 2008, se implementaron unos trenes nuevos, españoles, rojos, y por sobre todo modernos. El servicio de ser una réplica de un pandemonium típico de una pintura de Bruegel, pasó a ser algo medianamente aceptable, jamás será bueno a menos que todo cambie y las tarifas suban a representar el presente en vez del sueño bolivariano. Sin embargo este servicio ha ido en una función contraproducente que ha superado su capacidad. Desde que la situación económica del país va en detrimento de sus ciudadanos, hay menos personas con vehículos, y más ciudadanos de a pie, haciendo del transporte público una digna representación caótica de la toma de la bastilla.

Hoy en el andén, habían no menos de 1000 personas, quizás habían más, no lo sé, pero los trenes pasaban, llenos en su totalidad, desembarcaban si acaso unas 4 o 5 personas por tren, y subían si acaso las mismas. Era un ejercicio del absurdo, el calor aumentaba, y la cantidad de personas también. Por lo regular en estas situaciones las estaciones tienden a cerrar, nuevamente por seguridad, hasta que en el corredor subterráneo haya espacio suficiente para nuevos pasajeros. Conté no menos de 14 trenes hasta que en un momento de claridad divina, un tren vacío con sus luces apagadas arribó a la estación. Se escuchaban victorias y loas, las personas se preparaban para entrar desbocadas al tren en un intento de ser los últimos para ser los primeros a la fuerza y sin esperar (Allons enfants de la Patrie, Le jour de gloire est arrivé!)

El tren continuó su camino, volviendo a acelerar sin detenerse una vez su longitud entera salió del túnel y el freno automático cedió. Las victorias y las loas se transformaron en maldiciones y gritos enardecidos, la multitud enardecida empezaba a perder la paciencia, y el calor aumentaba en aquella cúpula de cuerpos humanos. (Contre nous de la tyrannie, L’étendard sanglant est levé!)

Un carnaval de trenes seguían avanzando pesadamente sobre la estación. 10 personas desbordaban. 10 personas entraban, la voz sin cuerpo de la estación pedía calma, anunciaba que otro tren llegaría a la estación próximamente, (Entendez-vous dans les campagnes, Mugir ces féroces soldats?) y un sin fin de improperios se alzaba como un murmullo tumultuoso de una ola carnívora rebotaba como un eco dentro del espacio.

Otro tren vacío (que continuó su camino) y otro par de trenes llenos. Hasta que finalmente un tren vacío se detuvo en la estación, tomé a Kandinsky por el brazo, y en cuanto se encendieron las luces y se abrieron las puertas, un silencio se hizo reina y señora del recinto, solo se escuchaban los forcejeos, los gritos por dioses, y los pasos pesados sobre el plástico antiresbalante del suelo. En cuestión de segundos habíamos sido depositados dentro del vagón del tren, sin saber muy bien como. Quizás fuimos llevados por la marea carnívora, o simplemente la providencia divina quiso que fuese así. (Ils viennent jusque dans vos bras, Égorger vos fils, vos compagnes!)

El tren se llenó en tan solo un par de movimientos, cerró sus puertas y arrancó. Aún así quedaban muchas personas en el andén, frustradas, molestas, con caras de pocos amigos (Aux armes, citoyens!). Estando en el túnel, el tren se detuvo. (Formez vos bataillons!), y la voz de la operadora calló el murmullo dentro del vagón, ni un rastro de discurso empresarial:

—Se les recuerda a los señores usuarios que deben mantener la calma. El tren iniciá movimientos en breves minutos.

La suministro de electricidad del túnel fue súbitamente detenido. El aire acondicionado se apagó. Y la voz ahora llena de cacofonía por el insistente presionado del botón de emergencia calló de nuevo el murmullo:

—Se les pide a los señores usuarios que mantengan la calma. Hay un niño en la vía. Por eso no tenemos electricidad, mantengan la calma. En breve volveremos a arrancar.

El silencio imperó unos segundos. Luego se rompió como un tsunami que azota alguna costa de Asia. Era un mercado público. Señoras gritaban, gente pedía auxilio, más gritos por dioses. Era caos en una cápsula de acero y vidrio (Marchons, marchons!).

La señora que estaba de pie junto a Kandinsky, rompió en llanto, después que unos minutos antes, le dijera a ella, en su claustrofobia, que el secreto era respirar, que el secreto era contar hasta diez y transportarse a otro sitio. Le ofrecieron agua, le dí una papeletica de azúcar, y el maquillaje se le corría, su piel enrojeció de los nervios, seguramente se le subió la tensión, entre el niño que cayó a la vía (que a todas estas no sabíamos si vivía o fue electrocutado a 75000KW) y la presión de la gente, los bromistas pesados, y la insistente alarma de emergencia sumado a la operadora que seguramente maldecía cada segundo que eligió comandar un tren subterráneo, las luces apagadas, y el aire enrarecido por el calor humano, no soportó más.

El servicio se restableció, el tren volvió a arrancar, y llegamos a la siguiente estación, donde no se bajó nadie más. Ni se subió nadie más. En Plaza Venezuela la mitad del tren abandonó el vagón (Marchons! Marchons! Qu’un sang impur Abreuve nos sillons!) y empezaron a romper filas hacia otros derroteros diferentes de la estación, y a generar caos en otras partes.

Hoy el metro parecía una toma de la bastilla, con los transeúntes atacando un sitio cerrado, con la diferencia que los parisinos tomaron la bastilla en 1789 iniciando la revolución francesa. Y la revolución venezolana arranca con los caraqueños tomando la ciudad todos los días.

Allons enfants de la Patrie,
Le jour de gloire est arrivé…

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